“Las palabras pronunciadas se lanzaban a existir fuera de mí,
Daniel Pennac
Vivían de verdad”
Cuántos de niños no fuimos arrullados por la voz de alguien que nos leía cuentos, o hemos soñado despiertos escuchando leer un trozo de poesía; o quién no ha sentido cómo se estremece su cuerpo al escuchar alguna historia escalofriante.
Muchos nos hemos dejado seducir por alguna voz que nos invita a sumergirnos en el mundo de la imaginación. La lectura en voz alta parece un ejercicio sencillo, y por ende, poco valorado; pero sucede que es necesario para vibrar, soñar y viajar por los mundos de la imaginación. Cuando escuchamos un buen texto, repito, necesitamos un buen lector.
El buen lector en voz alta no es el que descifra las grafías, ni el que respeta las comas o los puntos, ni el que hace las pausas necesarias (claro, esto hace parte de una buena lectura, pero no lo es todo). Decía que, el buen lector en voz alta es aquel que nos hace “ver el sonido”, el que con su palabra nos lleva por regiones indómitas, fantásticas, misteriosas a las cuales nunca imaginamos llegar.
¡Maravilloso el lector que descubre la musicalidad interna que trae consigo cada texto y la ejecuta magistralmente! En mi vida he escuchado muchos lectores, pero fueron pocos los que se quedaron en mi memoria. Aquellos que permanecen latentes en mi recuerdo fueron los que reconocieron cada recoveco de lo leído, los que decidieron habitar en la lectura.
El buen lector es el ser que con su voz nos regala la inquietud de sumergirnos en el texto de nuevo para embriagarnos con la palabra, a esos y a esas que fueron motivo de búsquedas, de amores, de fantasías; aquellos que nos abrieron el libro de par en par y nos llevaron a un reencuentro con la lectura: ellos son unos verdaderos magos.
Sí, son magos porque ¿cómo se llama aquellos que nos trasmiten la magia de la lectura? Magos que no necesitan de pócimas mágicas para acallar a un auditorio, sino que basta con su voz transportadora, apasionada, como dice Daniela Pennac: El hombre que lee de viva voz se expone de manera absoluta, y ese exponerse no remite a otra cosa que hacer invadido, por lo que se lee, locamente invadido como lo era Flaubert cuando leía a su Bovary o Dostoievski cuando vociferaba los diálogos de Anna Grigotievna. Ellos ya sabían que era necesario vibrar.
El buen lector en voz alta sin duda es el que nos penetra con su palabra, es el que logra robarnos suspiros y lágrimas. Es de agradecer a aquellos que nos llevaron a descubrir que la lectura no tiene fin, sólo principios, pues una lleva a otra y luego a otra y a otra como en espiral.
Tratando de elogiar, creo que caí en la enumeración de virtudes, pero el lector no es más que un manojo de habilidades que las conjuga para hacer soñar, o en otro caso tener pesadillas.