Lluvia de gritos despiertan mi ser.
Rostros recién lavados, zapatos sin brillo.
Las manos que empiezan a mancharse de tinta.
Cuadernos con labores sin terminar.
La visita del cero. El reporte.
La queja de todos los días: él me está mirando mal.
El director mira con displicencia el aula de clase que parece una fiesta que finaliza.
Entre el ruido diario, el tablero se la ingenia para decirme que tatué su cuerpo, que despertemos la palabra, para empezar rápido la labor de cada día: la clase.
Avellaneda Flórez