“No se nace sino que se deviene mujer”
Simone de Beauvoir
Los astros son ronda de niños,
Gabriela Mistral
jugando la tierra a espiar…
Los trigos son talles de niñas
jugando a ondular…, a ondular…
Mientras disfrutaba del viento de la noche y contemplaba la luna llena que se movía con cierta modorra en el oscuro cielo, llegaba a mí el olor de los jazmines de la casa de mi vecina del lado. La noche era plácida, propicia para leer las copias de la tarea. En la acera del frente un grupo de niñas jugaban.
La noche era plácida, propicia para leer las copias de la tarea. En la acera del frente un grupo de niñas jugaban.
Ellas lucían vestidos de jardinera, color pastel; rodeadas de muñecas y de ollitas de juguete, cantaban muy acompasadas: “Arroz con leche, /me quiero casar/con una señorita de la capital/ que sepa coser /que sepa bordar/que sepa abrir la puerta/para ir a pasear.” Y terminada la canción, entre risas toman a sus muñecas de los coches y empiezan arrullarlas. La canción del arroz con leche quedó dando vueltas en mi cabeza, no podía creer que esas criaturas de escasos años, ya pensarán en casarse y realizar labores hogareñas. Y llegué a una pregunta: ¿será qué la maternidad es un sentir natural o simplemente se da por la fuerte incitación de la cultura? He ahí un grave error, error que se sigue reproduciendo: poner la maternidad como camino para la realización plena de la mujer.
Entre las conversaciones que afloran en el diario vivir se escucha: “Yo quiero casarme con un príncipe azul”, dicen eufóricas algunas. “Yo quiero tener hijos”, esgrime otras tantas. “La maternidad es el camino seguro a la pérdida de la libertad”, batallan unas. Sin duda, el fluir de opiniones es caudaloso y extenso. Simone de Beauvoir expresaba que la maternidad era un obstáculo a la trascendencia.
Teresa de Calcuta afirmaba que la concepción era el don de Dios para las mujeres. Por tanto, cualquier cosa que destruyera ese don destruía la habilidad de amar como mujer. Cecilia Suárez era de las convencidas de que la sociedad había hecho de la mujer lo que se hace con el arte del bonsai: atrofiar sin matar, y que la forma utilizada para atrofiar era incitándolas a ser madres. La historiadora Yvonne Knibiehler decía que la verdadera liberación de la mujer pasa necesariamente por la defensa de la maternidad.
Claro está, nada asegura que es a causa de canciones como el arroz con leche o los cuentos infantiles donde las mujeres siempre son las damas cautivas y débiles en espera del príncipe que las rescate, ni por los vestidos color rosa, ni el jugar con muñecas Barbie, sea lo que determine que durante décadas la mujer haya sido condicionada para que su vida gire en torno al esposo y los hijos.
Pero una cosa sí es segura que por lo menos si no fueron determinantes en su totalidad, sí han sido alicientes en algunos aspectos. ¿Será que son menos dichosas las mujeres que buscaron otras formas de inventarse e inventar el mundo desistiendo de la idea de ser madres? Quizá las han tildado de neuróticas y amargadas, por no ajustarse al modelo. Muchas otras mujeres no pueden ver el mundo sin llevar entre sus brazos alguna criatura, desempeñando el papel de esposas radiantes y madres abnegadas.
Sin embargo, no se puede negar que mujer le debe gran parte de su sometimiento al aporte de la cultura. Qué distinta sería nuestra suerte si las niñas que estaba mirando jugar en la acera del frente de mi casa, dejarán a un lado las ollitas y la muñeca que se arrullaba entre brazos, y utilizarán bloques de construcción para armar el mundo.
En vez del juego de la cocinita y la planchita, tuvieran trencitos y carros para vibrar con la adrenalina. Nada de los juegos de ser reina de bellezas, sino ser astronautas y conquistar el espacio. Que a nuestras niñas en su infancia no se les leyeran sobre princesas dormilonas que esperan mucho tiempo para ser salvadas, sino que nos narrara historias donde ambos –princesa y príncipe– buscarán aventuras juntos. Y el balón de fútbol reservado sólo para el uso del hombre fuera utilizado por unas y otros con la misma normalidad con que se juega triqui. Los juegos como las exploradoras y buscadoras de tesoros fuera el que remplazará al típico juego de la mamá y los hijos. De esa forma aboliríamos la estructura típica de poner niñas al lado de lo emocional y frágil, y a los chicos en el lado fuerte y razonal.
Téllez, en uno de sus textos decía: “Lo mejor de la infancia es la arbitrariedad, la inefable, poética de la arbitrariedad del juicio para entender la vida”, y tenía razón; es gracias a esa arbitrariedad que la mujer en la infancia, etapa decisoria para lo que vendrá a ser la vida adulta según los psicólogos, se salva.
Se salva en el sentido en que pese a que se sigan cantando cancioncitas que hablen de cocinar, bordar y de cuidar muñecas constipadas vestidas de azul; pese a que tenga que seguir usando los trajes de encaje rosados con figuras de fresita, y las muñecas en los brazos, en fin esos juegos infantiles que acondicionan en un modo de ser, hay un rescoldo en las mujeres que las impulsa a mirar más allá de lo establecido.
No faltará la niña que le gustará jugar con barro, montar en patineta, contradecir la regla del deber ser, para cuando sea adulta profese firmemente la idea de que la mujer no sólo por ser madre llega hacer una mujer plena.
¡Lleva, la lleva! Los gritos y risas de las niñas me regresan de mi abstracción. Sigo pensando ¿será que los juegos infantiles son acondicionadores de la conducta? Como no llego a una respuesta rápida, pues resulta ser un misterio la influencia de los juegos infantiles en el ser mujer, empiezo a leer mis copias y me dejo envolver por el olor de los jazmines.